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Santo Toribio de Mogrovejo, nacido en España en 1538, fue un hombre de profunda fe y servicio que dejó una huella imborrable en la Iglesia del Perú. Tras una destacada trayectoria académica y profesional, fue nombrado arzobispo de Lima en 1579, iniciando una labor pastoral que lo llevaría a recorrer incansablemente su extensa diócesis.
Durante sus 25 años de servicio, Santo Toribio se dedicó a la evangelización de los indígenas, la promoción de la justicia y la defensa de los derechos de los más vulnerables. Su labor incluyó la redacción de un catecismo trilingüe para facilitar la enseñanza de la fe, la creación de parroquias y la fundación del primer seminario en América.
A pesar de las críticas y dificultades, Santo Toribio perseveró en su misión, dejando un legado de santidad y entrega que lo convirtió en un referente para la Iglesia latinoamericana. Su compromiso con los pobres y su defensa de la dignidad humana lo llevaron a ser reconocido como «Patrono de los obispos de América Latina».
Falleció en 1606 y fue canonizado en 1726, siendo su vida un testimonio de fe, servicio y amor al prójimo que sigue inspirando a miles de personas en todo el mundo.
Isabel Flores de Oliva, conocida como Santa Rosa de Lima, fue una mujer excepcional que dedicó su vida a Dios y al servicio de los demás. Nacida en Lima el 30 de abril de 1586, desde joven mostró una profunda vocación religiosa.
A pesar de enfrentar desafíos como una enfermedad en la infancia y la oposición de sus padres a su deseo de seguir la vida religiosa, Rosa perseveró en su camino de fe. Tomó como modelo a Santa Catalina de Siena y se consagró al Señor vistiendo el hábito de terciaria dominica.
En su humilde cabaña, dedicada a la oración y la penitencia, Rosa vivió una vida de austeridad y entrega. Ayunaba, llevaba cilicios y se flagelaba, buscando asemejarse a Cristo en su pasión.
Su amor por los enfermos y necesitados la llevó a atenderlos en su propia casa, convirtiéndose en un ejemplo de caridad y compasión. A pesar de las tentaciones del demonio, Rosa experimentó la presencia de Dios y las apariciones de la Virgen María y Santa Catalina de Siena, quienes la fortalecieron en su camino de santidad.
Falleció el 24 de agosto de 1617, dejando un legado de fe y devoción que la convirtió en la primera santa del Nuevo Mundo. Su canonización en 1671 se consolidó como patrona del Perú y de América, cuyo ejemplo sigue inspirando a miles de personas en todo el mundo.
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El Papa Francisco, en su mensaje a los participantes del Foro Mundial de los Pueblos Indígenas, destacó la urgencia de garantizar los derechos de los pueblos indígenas, especialmente su autodeterminación. En su intervención, subrayó que esto no solo es un acto de justicia, sino también una forma de asegurar un futuro más justo y sostenible para todos.
